Ottavia. Cuentiembre día 30

Apenas había llegado a la mesa donde estaban sus amigos con su cerveza, cuando Caryanna, sin dejarle sentarse, la miró y le indicó el escenario con el índice. Ottavia suspiró, ya se había rendido. Su cupo de ideas había sido quemada con el último cartucho.
—Sube ahora mismo, y cuenta la historia de las alcantarillas apestosas y el pavo real pijo.
Casi se atraganta, mientras puso los ojos en blanco. ¿En serio? ¿Quería que contase una cosa así de enrevesada? ¿No le había valido con los pepinos? Suspiró, dejó la botella de cerveza y enfiló de nuevo al escenario. Saludó de nuevo al confundido público.
—Ya, ya, sé que me acabo de despedir, pero es que semehaocurridounaidea.
Inspiró por la nariz y se rascó la frente, nerviosa.

“Jael llevaba un sol azul buscando a su espécimen. ¡Un sol azul! Eso era imperdonable. Encima el muy maldito se había metido entre las cloacas. Ya había sido mala suerte que hubiera escogido el sol púrpura para “volar” y caerse de la plataforma. ¿Por qué creía que podía volar? El maldito pavo real se creía que podía ser y hacer lo que él quería, ¡pero no era así! Su pelaje no era real, su sonido era inventado, por muy sugestivo que fuese. Toda su hermosura, la misma de la que el muy egocéntrico se encargaba de lucir y exhibirse, era sintética. Era una réplica exacta. Su tremendo colorido era maravilloso: con tonos verdes, azul iridescente, azul verdoso, y lleno de ojos misteriosos insertados en su poderosas alas con reflejos bronces y cobres. Era una obra de arte.

Se habían pasado cinco soles naranjas intentando reprogramar ese fallo que tenía en su sistema. Jael y su equipo habían intentado reproducir un espécimen de pavo real extinguido y todo había salido mal. Cuando creían que sólo se limitaría a exhibirse en el recinto-museo de la Tierra extinguida, el ejemplar se les escapaba y se pavoneaba por la avenida de la Estación, interrumpiendo el tráfico espacial. Se suponía que debía de ser un modelo simple de exhibición, pero no, él tomaba decisiones unilaterales porque su único objetivo era exhibirse. A veces le daba por extender todo su pelaje artificial en medio de las reuniones de la Ciudad-Estación, en las que aparecía de improviso e interrumpiendo. El problema era “cazarlo” porque era demasiado . ¿Por qué no contemplaron que utilizar estructura sólida, tanto para el exoesqueleto como para el pico, podría ser un problema? Zetael, su especialista en historia de la Tierra extinguida, le había insistido que su sueño de reproducir ejemplares extinguidos para el museo era una locura. ¿Por qué no le había hecho caso?

Jael llevaba ya dos soles azules por las cloacas. Temía por su pelaje y su maravillosa estructura. Nunca se había internado por ese área del planeta, ya que nadie vivía ahí. Eran las cloacas de la Ciudad-Estación: residuos malolientes, basura y a saber qué cosas pudriéndose se encontraban ahí. La peste era nauseabunda, menos mal que la tecnología le permitía buscar sin contaminarse y envenenarse, gracias a la cápsula. Totalmente nítida, podía incursar en las cloacas, pilotándola sin riesgo alguno.

Al tercer sol azul lo encontró. Estaba encajonado justo en la cumbre de una montaña de excrementos. Jael no consiguió distinguirlo en un primer momento porque era una cosa marrón, pero los sonidos encantadores y potentes captaron su atención. Acercó la cápsula hasta la “cabeza” del pavo real. Sacó las articulaciones para extraerlo, pero lo único que sacó fue la cabeza marrón, y  un exoesqueleto roto, con todo el plumaje destrozado y podre. Derrotado, e ignorando sus píos, Jael lo soltó y lo dejó ahí. Reconstruirlo costaría demasiado, y no estaba seguro de que fueran capaces de reprogramarlo bien para que dejara de escaparse o de exhibirse. En algún momento su energía se terminaría y dejaría de piar. Era mejor abandonar al primer y último espécimen de pavo real que habían creado.
—Supongo que este es el precio por revivir vida extinguida en vida no orgánica. Ha sido un desperdicio. ¿Quién me va a recompensar por un viaje de cuatro soles azules malolientes en busca de un egocéntrico que estaba convencido que podía volar y ser libre?
Jael redirigió la cápsula y puso rumbo a la Ciudad-Estación. Ya vería la forma de crear una réplica menos problemática para el Museo de la Tierra extinguida”.

Tosió al final, luchando contra sí misma por haber conseguido soltar aquello tan extraño para su audiencia. No estaba orgullosa del resultado, pero había conseguido el objetivo. Tendría que invitar a su amiga a uns ronda por la “vida extra” que le había proporcionado.
—Ahora sí, gracias por haberme acompañado durante estos días en el Coven. Ha sido un placer compartir las historias del Coven con todos vosotros. ¡Sed felices!

Bajó un poco a trompincones, y llegó a alcanzar a Sairon, palmeándole en la espalda.
—Ahora te toca a ti, que te esperamos. Si necesitas ayuda, nosotras te ayudamos.
Tras asentir con la cabeza a Caryanna para darle las gracias, se sentó con sus amigos ya más tranquila, dispuesta a deprimirse por el término de las vacaciones bebiendo su cerveza.

Ottavia. Cuentiembre día 29

Aplaudió con entusiasmo durante las intervenciones de Sairon y Caryanna. Tenía un poso de tristeza en ella. Habían pasado 29 días en el pub contando historias. Sí, ella se había saltado un día, pero las vacaciones eran las vacaciones y siempre tocaba usar el último día para viajar de vuelta a “casa”. Sí, entre comillas, porque dudaba que llamar a la oficina hogar fuera una buena idea. Echó un vistazo a su alrededor, curiosa. Prefería distraerse y pensar que no se iba a ponerse triste, porque este tipo de reuniones se daban pocas veces y ¡era divertido, porras! ¿Por qué las vacaciones no eran eternas? Tomó un trago de cerveza que había en la mesa y subió al escenario.
—El primer día que subí a este estrado, conté la historia de J.: un senderista perdido que llega a un cruce de caminos y se topa con una anciana en un banco. Por si alguien se le ha olvidado, la historia terminaba con J. “encantado” bajo el mismo hechizo de la anciana que comía un helado, y que lo transformaba en un anciano. El pobre J. era abandonado por la hechicera que se convertía en una niña que abandonaba a nuestro protagonista en un banco en medio de un cruce de caminos. ¿Más o menos os he centrado? Pues la historia tiene “segunda parte”. Y es esta.

“J. había estado contando los días desde que aquella abuelita indefensa le había engañado vilmente. Aún no había superado que tras sentarse para hacerle compañía y descansar de un merecido alto en el camino, la abuelita se había convertido en una niña cruel que lo había abandonado a su suerte. Él sólo había pretendido hacer un viaje en solitario, por caminos desconocidos, hasta su lugar de destino. Sólo había pretendido viajar solo, para conocerse mejor a sí mismo.
Llevaba 29 días atrapado en un cuerpo que no era el suyo. 29 días atrapado en un encantamiento extraño, que le convertía en un anciano. 29 días comiendo ese helado interminable, sin cesar. 29 días sentados en un banco en medio de la nada, en un paraje desolador, en un cruce extraño entre dos caminos bien diferentes.
J. miró a su derecha:la autopista perfecta y sin coches, bien iluminada y lisa, seguía ahí. Miró a su izquierda y pudo ver ese camino lleno de baches y de barro. Le dio un lametón a su helado de cucurucho que nunca se terminaba. En todo ese tiempo nadie había aparecido por ahí. Ni un avión, ni un desdichado perdido… nadie. ¿Cuánto tiempo estuvo esa cría atrapada en el cuerpo de una anciana? Prefería no pensarlo. La cuestión es que se sentía demasiado cansado y aburrido. No podía quedarse ahí para siempre, tenía que hacer… algo.

Con cierto reparo, dejó el helado sobre el asiento y se ayudó de sus encogidas y doloridas manos para ponerse de pie. Su columna crujió, así como sus rodillas y a duras penas logró mantener el equilibrio para no caerse al suelo. Sin embargo, lo consiguió. A pesar de que veía mal por uno de los ojos, su memoria estaba perfecta. Tras todo ese tiempo no pensaba quedarse quieto esperando. Aunque muriera, aunque sufriera, había tomado una decisión. Iba a ir por el maltrecho camino, e iba a avanzar sin parar hasta llegar a su destino o encontrar a alguien. No pensaba quedarse esperando más.
J.empezó a mover las piernas, como si tuviera dos bloques de plomo insertados en ellas, y el corazón empezó a latirle de forma frenética, haciendo que su respiración se volviera errática. No le importó. Avanzó dejando el helado interminable en el banco y apoyó el pie sobre el barro, con cuidado. Otro paso, otro más… Seguía avanzando sin mirar atrás, llenándose de barro y siéndole muy complicado apoyar un pie sobre aquella superficie resbaladiza. De repente, escuchó a su corazón de una forma que le asustó. Se detuvo de golpe y la vista se le nubló. No le dio tiempo a pensar, cuando se desplomó.

—Javier, ¿estás bien, tío?
Tuvo que parpadear varias veces hasta que logró distinguir el rostro de su mejor amigo. Parecía asustado, con la cara roja, y parecía haber otra persona tras él. De repente el cuerpo empezó a enviarle todas las señales: tenía frío, su corazón latía desbocado y necesitaba aire. Empezó a encontrarse desorientado.
—¿Qué ha pasado? —logró balbucear.
—No lo sé, tío. Estabas mirando ese papel, te has puesto blanco y te has espatarrado contra el suelo.

Javier logró sentarse en el suelo, magullado, con la ayuda de su colega y cogió el papel que este le dio. Seguía teniendo un frío helador y estaba más preocupado por comprobar si su aspecto seguía siendo joven o el de un anciano. Al mirarse la mano que había atrapado el papel entre sus dedos, reconoció su propio cuerpo. Entonces lo comprendió. Había tenido algún tipo de crisis y se había desmayado. Todo lo que había “vivido” había sido una macabra broma de su mente. Miró a su alrededor y se dio cuenta que estaba en el pasillo de su facultad de económicas. Se había pasado el primer año de clase odiando a muerte la carrera, pero esa la su “misión” en la vida según sus padres: estudiar una carrera con salida. Vio a su amigo Álvaro ponerse en pie, asustadísimo, y salir al encuentro de unos tipos de uniforme que venían corriendo. Los ignoró y se concentró a mirar el papel. Era un folleto de la facultad de magisterio, invitándoles a ir a una ruta de montaña, con el objetivo de reclutar nuevos alumnos para la especialidad de Educación Física. Javier sonrió.

Ahora lo entendía todo. A veces el cuerpo era sabio y te obligaba a reflexionar. A veces el camino más fácil no es el más corto ni el mejor de todos. Una autopista puede contentar a todo el mundo, familia y sociedad, pero puede matarte por exceso de velocidad. A veces, ir por el camino solo, contra los elementos, pero luchando por lo que tú crees y tus sueños, puede herirte pero tiene un final mejor. A fin de cuentas, estar muerto no sirve de nada. ¿Por qué no luchar estando vivo?

Escuchó las voces, vio a un montón de gente alterada a su alrededor al ver a los paramédicos y a estos sometiéndole a un interrogatorio al pobre Álvaro más que a él. No importaba, crisis aguda de ansiedad o infarto, lo que realmente importaba es que había tomado una decisión: iba a vivir la vida que él quería”.

—No sé si se me ocurrirá otra historia a tiempo, pero, por si acaso, ha sido un placer estar en el Coven contando historias. También quiero dar gracias a Iván y a Ellie por su excelente trato culinario y a la audiencia por vuestra paciencia e interés. ¡Espero veros pronto! ¡Y a ver si más gente se anima a participar! ¡Gracias por todo!
Tras agradecer a la audiencia, bajó a la barra a pedirse la última birra de la jornada. Las despedidas se le daban fatal, así que lo mejor que podía hacer era estar entretenida.

Ottavia. Cuentiembre día 28

Ottavia aplaudió la historia de Caryanna, con ganas. Lo malo es que el final había sido un poco tétrico e indoloro y  lo que a ella le apetecía era contar historias graciosas. Su cerebro funcionaba mal cuando su estómago se atascaba y la visita al baño no lo había solucionado. En vista de que nadie iba a subir al escenario, y ya que le pillaba de camino, subió. Solo esperaba que nadie le echara del escenario o que no la dejaran subir nunca más tras contar el relato que pensaba contar. Pero es que a ella siempre le hacía tanta gracia…
—Antes de empezar, quiero decir que no me hago responsable de ningún trauma que podáis sufrir. ¡Avisados quedáis!

Dos pares de ojos mirando a la maceta. La planta parecía mustia y decaída. Todas sus hojas secas, encogidas. En la tierra, cuarteada, un par de hojas muertas estaban ahí tiradas, sin gracia. El tronco de la planta parecía un mero esqueleto triste, recién sacado de una exploración arqueológica. Dos manos estaban intentando hacer un nuevo trasplante a la otra maceta. La mirada de Alba a través de sus gafas de mentira estaba muy concentrada en el traspaso. Mario observaba la operación muy interesado, encogido y sentado en el suelo, a su lado. Traspaso realizado con éxito.

Dos pares de ojos seguían mirando a la nueva maceta. Pero la planta seguía igual de mustia y decaída. Los ojos de Alba parecían derrotados y tristes; los de Mario “terriblemente” culpables.  La maldita planta había amanecido de esa manera en el apartamento y nadie se explicaba qué podía había podido pasar. La de los tomates seguía viva y la susodicha también lo había estado por la noche, fresca y lozana. Inexplicable. Esa era la planta con más suerte del mundo. Siempre mimada. Y ahora estaba…
—Está muerta.
Mario miró a su chica, sorprendido ante su sentencia. Se levantó para observar mejor a la planta.
—¿No va a dar pepinos?
Alba negó con la cabeza, taciturna. Mario suspiró, porque se la veía realmente abatida.
— ¿Y ahora?
—Ahora la tiramos y centrémonos en la de los tomates. No quiero a ver a mi madre gritando que no tiene tomates —Alba cogió los restos del “cadáver” entre sus manos enguantadas para la ocasión y se desplazó por el apartamento para ir al cubo de la basura a tirarlo.
Mario se quedó quieto y sonriente, observando el vacío que dejaba la planta en el suelo, junto a la antigua maceta, ahora también vacía. “¡Por fin me quito a esa desgraciada de encima!”, gritó para sus adentros.

La noche anterior Mario la había regado con agua con lejía. ¿Por qué lo había hecho? En su escaso tiempo libre lo único que hacía su chica era prestar atención a la maldita planta (la de los tomates podría sobrevivir un tiempo, porque su suegra no podía vivir sin tomates). Que si podarla, que si vitaminas, que buscar sitios por la casa para que le diese el sol, que si quitándosela para que no se quemase, que si ir a la tienda de jardinería para comprar más chorradas para la planta… ¡Malditos pepinos! Así que… sí, celoso de la maldita planta y de la atención desmesurada que le robaba… había cedido a la tentación de matarla. Por fin su Alba dejaría de centrar la atención a los malditos pepinos… ¡Y volvería a centrarse en su pepino! Mario rió maquiavélicamente, con un puño al aire.

Mientras tanto Alba solo enterraba  a sus pepinos, prometiéndose a sí misma que algún día castigaría al asesino”.

Ottavia. Cuentiembre día 27

Escuchó las historias de Caryanna, aprovechando que terminaba de comer. Aplaudió con ganas, ¡las tres le habían gustado mucho! Luego subió Sairon, y también aplaudió con ganas. Miró a su alrededor, comprobando si alguien se animaba a subir, pero parecía que no. Además, alguien tenía que relevar a sus pobres amigas. Su estómago protestó. Tal vez debía medir la cantidad de comida que metía, porque empezaba a notar el estómago revuelto. Sin lugar a dudas era momento perfecto de ir al servicio, aprovechando que debía subir al escenario. Ahora le daba cosa porque parecía que la gente esperaba a que ella hiciese lo mismo que Caryanna. Al menos Sairon había subido antes y ya había «reeducado» a la concurrencia. A ella no se le daba bien tanto improvisar historias sobre la marcha, así que iba a aburrir a su audiencia, se temía. Subió al escenario y carraspeó.

“Bei suspiró. Zae le daba la espalda, mientras enfundaba aquellos revólveres especiales en sus fundas de cuero. Esos revólveres no tenían balas. Mataban, pero sin balas. Toda la tecnología de Zae era extraña. La luz de las llamas de la fogata iluminaba la mitad de Zae, mostrando su larga y enmarañada cabellera carmesí, cubriendo parte de su sucia camiseta de tirantes negra, y a sus roídos y anchos pantalones negros. Si la observabas de espalda, Zae era corriente, vulgar, la clase de persona en la que no te fijarías más de dos veces.
Bei introdujo sus ajadas y maltradas manos en los bolsillos delanteros de sus destrozados y ensangrentados vaqueros. Su corazón le decía que debía detenerla, que podía detenerla y convencerla de que su plan era estúpido. Su cerebro le aseguraba que Zae tenía razón y que lo mejor era dejarla partir. Zae era calculadora, silenciosa y letal. Zae se había unido a la rebelión por puro interés. Y, una vez que había conseguido lo que estaba buscando, esas dos pistolas, pensaba abandonarles a su suerte.

«Nunca terminaremos esta guerra, si no le erradicamos. Tenemos que matarlo», eso le había dicho esa misma noche con esa voz suya tan monótona y sin acento. Su buen amigo Haya le había advertido que no debía permitirse tener sentimientos. El viejo Kan, el líder de la rebelión, había sospechado de ella desde el primer día en que la reclutaron. A fin de cuentas, era la asesina a sueldo del gobernador de la región que habían conseguido mantener bajo control. De hecho, cambió de bando en una maniobra demencial. En cuanto invadieron la casa del gobernador, apareció ella con la cabeza del que había sido su jefe, decapitado, y la lanzó a los pies de Kan. A continuación, les dijo que el bando le era indiferente, que trabajaba única y exclusivamente por un sueldo. Bei vio su potencial como espía y convenció a Kan de que tenerla de su lado era la mejor opción. El líder sólo la había admitido porque Bei era su mano derecha y le había prometido que la vigilaría. Kan estaba convencido de que algún momento les traicionaría. Y ahora Zae se iba, supuestamente para traicionarles. Bei sabía, porque lo sabía, que Zae no iba a traicionarles. Sabía que ella no era como ellos. Podía verlo en esos ojos afilados de gato, en su legendaria mirada gris. Tenía un pasado desgarrador, oculto bajo puertas y puertas llenas de secretos, donde podía protegerse y ser Zae, la sin sangre.
—Cuando lo mates… ¿Qué ocurrirá?
Las llamas chispotorrearon por un viento inoportuno. Vio cómo giró el cuello, mostrando su perfil sin sentimientos. Bei quería salvar la distancia entre ellos, ponerse a su lado e irse con ella. Nadie debía enfrentar un futuro tan desolador en solitario, y mucho menos hacerlo con tanto peso de culpa. Los demás no podían verlo, pero Bei podía vislumbrarlo. Zae iba a matar al inmortal Dictador, porque podía. Bei sabía que Zae y El dictador estaban vinculados de algún modo. En el fondo de su corazón, sabía que esas pistolas eran el único arma que podían acabar con él.
—El mundo tendrá que reconstruirse otra vez, bajo las reglas del más fuerte.
Zae desapareció entre las sombras, como si nunca hubiera estado ahí, como si nunca hubiera existido. Su voz había sido como un quedo susurro metalizado, como una ráfaga de viento perdida. Zae estaba dispuesta a ser considerada traidora, a morir por la rebelión. Estaba dispuesta a perder la poca humanidad que habitaba en su interior por un futuro incierto. Estaba dispuesta a enfrentarse a su propia oscuridad con tal de alcanzar la esperanza. Zae era la más astuta y valiente de todos. Eso era algo que Kan no podía ver.
Bei sacó las manos de los bolsillos y las dejó caer a ambos lados, indeciso.
—Perdóname, Zae. Soy un cobarde.
Dio la vuelta, sin mirar hacia atrás. El momento de haber seguido a su corazón se había esfumado. Debía seguir a la razón, y seguir el plan: destruir el imperio y matar al Dictador”.

Le había quedado un relato muy extraño, pero por alguna razón le parecía decente. Saludó, agradeciendo los aplausos y se marchó en dirección al servicio.

Ottavia. Cuentiembre día 26

La historia de Caryanna sobre “migraciones” atípicas le había dejado un escalofrío, pero la de Sairon le había dejado mal cuerpo. Aún no se había recuperado del impacto del nefasto final que había vivido esta temporada de motos. Eso le pasaba por aficionarse a deportes de alto riesgo. Al menos, en este caso, la vívida historia tenía final feliz. ¡Menos mal! Detuvo a Ellie de camino al escenario, y le pidió otro sandwich y una buena botella de agua. Iba a necesitar comer para distraerse al terminar el relato.

“Encendió esa extraña lámpara. Su figura se asemejaba al de una vela, y sus falsas llamas así lo imitaban. Hasta daban calor. A su lado, depositó un ramo de rosas blancas al lado de la lámpara, con cuidado de no tapar la preciosa foto enmarcada que había en esa mesita.
Se quedó observando esa imagen. Eiri sonreía, a pesar de su aspecto anciano. Su fino pelo, que había sido negro como el charol, había quedado prácticamente blanco. Había fallecido una semana antes, de un infarto. Había sido una muerte dulce. Habían estado dando un paseo por la mañana y Eiri había comentado que se encontraba un poco cansada. Así que regresaron a la casa, la dejó en el jardín, preparó su té y sus dulces preferidos y cuando regresó la encontró dormida. Su rostro lleno de arrugas se encontraba lleno de paz. Su hijo y su nieta habían hecho una fiesta en su honor y todo el ritual de la muerte, fascinante y extraño a la vez, había terminado esa misma mañana.

La primera vez que la conoció, fue cuando su padre y creador, decidió que cuidar de su única hija y heredera de cuatro años era una buena forma de estudiar el comportamiento robótico entre humanos. Ochenta años habían pasado desde aquel día. Yurio había sido el primer prototipo humanoide creado por el señor Yamamoto. Sus primeras funciones programadas habían consistido en vigilar en que ningún extraño se acercara a Eiri y en que la niña no se hiciera daño. Desde entonces había estado a su lado. La había visto crecer, madurar, casarse, sufrir pérdidas dolorosas, tener a su primer hijo, luchar sola capitaneando la mayor empresa líder del mercado en robótica, y criando sola a su único hijo.
Yurio estaba agradecido a su dueña, a la que “quería” como una hermana. Actualmente sería una simple reliquia de no ser por el cariño y pasión de Eiri hacia él, a un prototipo tosco y torpe. Siempre había sido su robot humanoide preferido. Cuando los nuevos modelos fueron creados ocho años después, mejorados y totalmente reprogramados para hacer funciones específicas, el señor Yamamoto sugirió desconectar a Yurio y ella se negó. Convenció a su padre para que cualquier novedad que pudiera ser aplicada a los nuevos modelos se instalara en Yurio. Había estado toda la vida de la humana a su lado, leal y “agradecido”. Le había proporcionado un mejorado aspecto físico cuando lo había necesitado, y, cuando su exoesqueleto sufrió severos daños en un accidente por evitar que Eiri fuese atropellada, su “hermana” ordenó a todos los especialistas de su empresa que hicieran lo posible por restituir a Yurio en nuevo cuerpo adaptable a él. Así pasó de ser un prototipo limitado a un prototipo humanoide casi perfecto, al transferirle todos los datos de un cuerpo al otro.

Ochenta años de vida humana conectadas con ochenta años de existencia robótica. De aprendizaje, de adaptación continua a una revolución social sin precedentes en la historia de la especie de Eiri. Ochenta años en los que los humanos y los robots se habían llegado a fusionar de tal forma que se había creado otra especie, la de los cyborgs completos. Ochenta años grabados en su memoria que Yurio podía reconstruir todas las veces que desease, una y otra vez. Se sentía extraño, pero aún no era capaz de poner nombre a ese sentimiento. Lo único que Yurio quería en ese momento, era escuchar su voz diciéndole: <Yurio, tú eres mi hermanito>. Eso ya no era posible.
—Buen viaje, Eiri. ¿Algún día podremos reencontrarnos? ¿Es posible eso?
Quería creer. Quería creer que, en el fondo, él también tenía alma y podría reencontrarse en el más allá con la persona que dio sentido a su existencia y que le había convertido en lo que era: un ser vivo”.

Se bajó más o menos conforme, aunque creía que no se entendía bien lo que quería transmitir. Al menos esta estaba mejor que las anteriores, aunque se le había ido un poco la mano en la extensión. Al llegar vio que Ellie llegaba con la bandeja, así que se sentó dispuesta a llenar el estómago escuchando las historias que estaban por venir.

Ottavia. Cuentiembre día 25

Ottavia aplaudió las historias de Sairon y Caryanna. La de los dragones le había gustado mucho, sobre todo por el final “inesperado”. Miró a Caryanna y parecía no subir esta noche, miró a sus compañeros y tampoco parecían dispuestos. Suspiró. Según estaba consultando las noticias, había visto un artículo interesante sobre las dietas de los deportistas, y eso le había recordado a una chica que había conocido en sus tiempos de adolescente. Se levantó y fue al escenario.

“La lista de la compra… Sólo quería triturarla entre sus dedos, destrozarla y arrasar con todas las estanterías del supermercado. Había sido un día duro. Había tenido que ir a hacerse una analítica para controlar la anemia, y había desayunado más tarde de lo habitual. No desayunar a su hora la ponía de un humor terrible. Por otro lado, las clases en el instituto habían sido eternas, había tenido entrenamiento de natación para el campeonato nacional toda la tarde, y sólo quería que su madre terminase de comprar para ir a casa a zampar y tumbarse en el sofá y morirse hasta el día siguiente. ¡Eran las diez menos diez de la noche, por favor! Además, no podría dormir el sábado como tenía planeado porque tenía sesión extra de entrenamiento por culpa de los exámenes que le habían hecho perder horas de su entrenamiento semanal.
Sección de chocolate, la sección prohibida. La maldita dieta en la que estaba metida se lo impedía. Su entrenadora se lo había dejado clarísimo a quince días de la competición. Nada de refrescos, nada de grasas saturadas, nada de fritos, nada de bollería, nada de helados, nada. Nada de comida, se podría resumir.
—Cynthia, cariño, deja de poner esa cara extraña. Te tengo dicho que te comportes.
<Vete a la mierda>, pensó la chica. Ella no podía entender el sufrimiento que suponía para ella no poder zamparse la comida que quería, sólo para no sumar más peso a un cuerpo que ya costaba mantener con tanto sedentarismo en las clases. Detuvo el carro en la sección de congelados, cabreada. Se esforzaba mucho, y este año era bastante seguro que tendría que renunciar a su sueño de participar en competiciones internacionales porque su cuerpo se negaba a cooperar. Además, su rendimiento deportivo había bajado bastante desde que había empezado el instituto y…
—Si te portas bien, pasaremos por la pizzería y te podrás comer una. La que quieras.
Cynthia recorrió el pasillo hasta que alcanzó a su madre. La encontró con una sonrisa, mientras cargaba con un montón de latas de legumbres. Agarró las latas y las posó en el carrito, con más ánimo. Llegaron justo a tiempo a la caja para el cierre del establecimiento. Madre e hija repartieron las bolsas y andaron en dirección contraria a su casa, hacia la pizzería.

—Era la pizza más rica del mundo. Se derretía en mi boca, se pegaba el queso a mis dientes. La grasa del beicon nadaba en mi boca, crujiendo. Es la pizza más deliciosa que he comido nunca. ¡Me hubiera casado con esa pizza! Pero me la comí. Y, joder, he ido más veces a comerla ahí y nunca me ha sabido así. ¡Una puta mierda! Y era enoooorme…
La amiga de su hermano pequeño Carlos, cuyo nombre no recordaba, le miraba asombrada. Debía ser extraño para ella, apenas una cría, escuchar a un deportista juvenil profesional como ella hablar así de la comida. Ahora que lo pensaba, llevaba desde que se había sentado con ella en el patio del instituto hablando de la dichosa pizza.
Suspiró. Al final había quedado tercera en el campeonato nacional. Aguantaría un año más con ese sacrificio, pero… había entendido que ese no era su destino. Le gustaba comer. Le gustaba la normalidad. Nadar era sanísimo y le encantaba pero… Si le dieran a escoger entre casarse con la natación o casarse con la pizza… elegía a la segunda novia sin dudar. Cynthia lo tenía claro: la comida jamás debía ser sinónimo de sacrificio”.

Ottavia. Cuentiembre día 24

Ottavia se estiró en el asiento. Estar tanto rato sentada le provocaba algunos pinzamientos musculares. Caryanna le había puesto triste, porque había hablado de vacaciones y… ¡Rayos y centellas! A ella se le acababan las vacaciones en el pub… ¡Y no quería que se acabaran tan pronto! De un suspiro, se levantó, estirando las piernas y se pasó por la barra a pedir una caña de cerveza. Así podría disfrutarla al bajarse. Ya podía despedirse de las buenas ideas. Lo sentía por la audiencia, pero disfrutarían de la última ronda de historias raras y extrañas marca Otta.

“Todo el alto mando estaba en la sala. El silencio era aplastante. La pantalla no paraba de cambiar de imágenes, en cada uno de sus cuadrantes, y varios diálogos cruzados se escuchaban de fondo. El presidente tenía la última palabra.
El anciano presidente miró a todos sus colaboradores, sin saber muy bien cómo sentirse. ¿Frustrado? ¿Cabreado? ¿Debería ejecutarlos a todos? Se alisó su “uniforme”, su precioso traje aterciopelado azul marino, y apoyó ambas manos sobre el borde de la mesa de situación de crisis. Observó la pantalla. Por todo el país había estallado una revolución. Se disparaba contra la multitud, pero esta respondía salvaje, sin importarle cuánta munición se empleara y se estampara contra sus cuerpos. Estaban muriendo miles de personas en un intento de golpe de estado por parte de la propia ciudadanía. Inaudito.

¿Cómo habían aprendido a comunicarse? ¿Cómo habían podido realizar una sincronización de tal calibre en todo el país? ¿Cómo…? Precisamente había prohibido la escritura en cualquiera de sus formas para evitarlo. Desde que había subido al poder, se había deshecho de todo elemento subversivo que incitara a la población a escribir y a comunicarse. Durante 30 años la represión había sido inapelable.
—¿Cómo ha podido pasar?
Ninguno de sus colaboradores respondió. Había eliminado internet para la población. Había eliminado los correos, la prensa, la radio… Había todo aquello que fuese necesario para escribir o comunicar ideas. Entonces… ¿Por qué esa masa enfurecida que se enfrentaba a su ejército tenía palabras escritas por toda su cara? ¿Por qué había pintadas en las paredes de algunas de las cámaras donde estaba escrita la palabra “revolución”?
—¡Aplastadlos a todos!
Sus rostros asustados y sudorosos le observaron, dando un rebote en sus respectivos asientos, tras el violento puñetazo sobre la mesa. Definitivamente, en cuanto se resolviera esta estúpida crisis, debía ejecutarlos. A todos.
En ese momento se levantó de su asiento su mano derecha, el brillante secretario de estado e hijo de su viejo colega, el mismo que le había aupado en el poder. El presidente le miró esperando por sus órdenes, ya que él se encargaba de hacer cumplir las decisiones del presidente.

Hubo un sonido hueco, y una nula reacción en la sala, cuando el secretario de estado sacó un arma y ejecutó a sangre fría al presidente. Contemplaron cómo la bala atravesó la frente y cómo su cuerpo sufrió un rebote de inercia que le hizo caer a la derecha de su asiento, estampandose contra el suelo. Hubo un momento de confusión en la sala, hasta que todos los colaboradores se dieron cuenta que el que había disparado había sido la persona de mayor confianza del presidente. El secretario de estado, el mismo que había disparado y lo había asesinado a sangre fría en la Sala de situación. Le miraron sin atreverse a moverse o interpelarle. Ahora era su presidente, porque así estaba estipulado en su Carta Magna… aunque hubiera ejecutado a su sucesor.
—¿Quieren saber por qué ha habido una revolución? Yo sé escribir.
El nuevo presidente de la nueva nación sonrió y nadie tuvo el valor de responderle. Todos sabían que la Revolución acababa de ganar y querían estar en el bando ganador. A fin de cuentas, la historia la escribían los vencedores”.

Ottavia. Cuentiembre día 23

Ottavia aplaudió a sus compañeras. Eran de admirar, siempre sacándose historias de la chistera. Ojalá pudiera tener tal torrente de historias como ellas. Suspiró, estaba más que seca de ideas. Lo que iba a contar no tenía ningún sentido, pero al menos salía del paso.

«—Es tu decisión.
Aquella voz hueca no dejaba de decírselo. “Es tu decisión”. Ya.
Veía el interfaz con el icono verde diciendo “sí” y el otro icono rojo que ponía “borrar”. Joder, no era fácil decidir. De acuerdo, había que expurgar y era la semana de la limpieza. Además, en la convención se había decidido claramente qué universos debían destruirse. Había un par duplicados y dos erróneos, los cuales generaban conflicto. Según los expertos, para mantener el Orden, había que eliminarlos.
Aun así, no estaba de acuerdo. Podía entender borrar una copia, ya que quedaba a salvo la otra. Pero ¿borrar dos universos estables sólo porque algunas especies dominantes de cada universo habían logrado evolucionar e intercambiarse de universo? Le parecía un poco exagerado.

Su jefe los había machacado con el tema, cuando se descubrió la anomalía en el departamento de “Observatorio de Universos Paralelos”. Claro que todos parecían muy felices con la decisión de borrar uno de los dos y dejar al otro intacto. Ese tipo de decisiones le confundían bastante. Más que nada porque dos universos se habían vuelto conflictivos por culpa de 1122. Lo habían enviado a observar unas elecciones y, nadie sabía cómo, los resultados previstos se intercambiaron en los dos universos. En el que se suponía que ganaba una mujer ocurría donde ganaba inesperadamente el peor candidato, y a la inversa. Y todo fue porque 1122 se metió tanto en el papel de humano que creó, sin querer, una campaña en una red social y adulteró el resultado en el primer universo. Un lío, vamos. Al final todo quedó en anécdota porque 1122 había aceptado el castigo de quedarse para siempre en el universo que había alterado.

La interfaz seguía parpadeando. No sería tan duro eliminar el duplicado. El icono rojo dejó de parpadear y se pulsó solo. Otra interfaz. Otros dos universos que eliminar. Bueno, directamente le pasaban el que iba a eliminar.
—Es tu decisión.
La estúpida voz le irritaba. Hizo un barrido para ver si los demás le estaban observando. Cuando se vio solo, hizo lo que su conciencia le dictaba. La interfaz parpadeó y pulsó el botón verde “Sí”. Volvió a hacer otro barrido para comprobar que nadie le hubiera visto creando otra anomalía. Más contento, terminó el expurgo y volvió a su puesto de trabajo, que era el que más le gustaba. Ahora estaba más tranquilo. Dos especies seguían en contacto y evolucionando, juntas. ¿Quiénes se creían que eran los de la Convención para destruir un universo legítimo sin razón? ¿Dioses?
—Sí, esa es mi decisión.
De vez en cuando llevar la contraria no estaba mal. Siempre y cuando “no te pillaran”.

Ottavia. Cuentiembre día 22

Ottavia se rio con ganas con el relato de los robots de Sairon. Había sido muy original y simpática. Por no hablar del relato del caballero a la olla de Caryanna. Eso le había ayudado a formar una idea «cutre» en la cabeza, pero que podía servir para salir del paso  y seguir en la tónica «simpática» que habían iniciado su compañeras.

Así que se levantó al escenario, dispuesta a contar su versión. No era tan buena, pero era algo con lo que podía entretener a la audiencia.

“Un paso. Dos pasos. Tres pasos.
Ambos contrincantes se giraron a la vez, al tercer paso. El de la derecha fue un poco más torpe en alzar el revólver y dio un ligero traspiés al tropezar con la alfombra, que casi acaba con su vida. El de la izquierda fue más diestro y giró perfectamente con el revólver y disparó en cuanto tuvo a su oponente a tiro. Una sustancia llamativa y pegajosa, de color rojo, empezó a caer de la cara del contrincante de la derecha, de forma aparatosa sobre su hombro. El ganador del duelo rio. El solemne juez movía la colita, travieso, queriendo ir corriendo a donde el dueño que le daba las sobras pero sin querer ofender a quién le daba la comida.
—¡Eres una tramposa! ¡Te has girado antes de tres, lo he visto! ¡¿A que sí, Yuri?!
Miguel se giró, intentando quitarse esa cosa pegajosa que había salido de su pistola de agua. Su mujer y sus gracias, ¿por qué había metido tomate licuado en esa pistola?
—De eso, nada “cariño”. Tus normas, tus reglas. He ganado yo, soy justa ganadora.
Miguel observó a Lorena con incredulidad. Todo había empezado por una absurda discusión sobre dónde iban a ir el fin de semana. Él había propuesto pasarse el finde jugando al rol con los amigos y ella le había mostrado un folleto para ir a un local donde se podía practicar paintball. Al final, la discusión se calentó cuando Miguel hizo un desafortunado comentario sobre la “puntería” de su mujer y habían acabado así.
—Está bien, Lorena. Ahora llamo a los colegas y nos vamos a jugar al Paintball dichoso…
—¡E invitas a la parrilla!
Lorena sonrió, satisfecha, con el arma de juguete apoyada en el hombro y acariciando a su perrita Yuri en la cabeza, ya que se había subido al sofá a reclamar mimos. Miguel rodó los ojos. Encima de tener que verse obligado a moverse, ¿tenía que pagar la comida? Siguió limpiándose, enfadado hasta que…
—¿Hay premio para el equipo ganador?
—Puede…
Mierda. Tal vez podría enfrentarse al equipo de Lorena, ganar y proponer que el equipo perdedor pagase la parrillada.
—Iremos de cosplay.
Lorena bajó la pistola, contenta. Se acercó a su chico, dándole un beso, y sacando un trapo (por arte de magia), para ayudar a limpiarle. Miguel se quedó en blanco, observándola.
Decidió rendirse. Había duelos en los que no podía ganar. Y, le gustase o no, Lorena le “había matado” y había perdido. Game Over, final de partida.
Tristemente para Miguel, no todo en esta vida podía solucionarse echando los dados para ganar una partida”.

Ottavia. Cuentiembre día 21

Ottavia miró a su alrededor y todo estaba tranquilo, salvo aquellos que estaban aplaudiendo la historia de Caryanna. Volvió a mirar su teléfono móvil. Casi se había olvidado de la cuestión, pero esperaba no tener que ausentarse. No le hacía gracia. Se giró a Sairon, que era la más dispuesta a contar algo entre el grupo, pero parecía seguir barruntando otra idea. Alzó los hombros y decidió que era su turno. A fin de cuentas, tampoco estaba muy inspirada. Tenía que aprender a no estresarse sola en vacaciones.

“El bolígrafo negro giraba entre sus dedos, cayéndose de vez en cuando encima de la página blanca del cuaderno que tenía abierto. La mesa estaba decente, ocupada por el típico servilletero estándar de cualquier bar, junto con una taza de té humeante y un donut relleno de chocolate en un platito que le iba pequeño. El asiento era cómodo, y había claridad suficiente para escribir ya que se había sentado al lado del cristal de la calle. De hecho, podía ver a la gente ir de compras en una heladora tarde de viernes.

La escritora había bajado ahí por pura desgana, casi desesperación. Por hacer algo. Era invierno y hacía frío. El sentido común decía que estar sentada en su ordenador, en su pequeño apartamento con calefacción, era justo el mejor plan. Pero la inspiración no le llegaba. Debía crear un personaje brillante, un personaje que todos recordaran y que amaran. Necesitaba al protagonista de su novela. Y el protagonista se había esfumado, no quería salir de su cueva. Era desolador, porque tenía el mundo completo creado: la geografía, los idiomas, la cultura, la vestimenta, la religión, la sociedad… Incluso tenía clarísimo qué iba a suceder en cada capítulo. Hasta estaba deseando iniciar la escritura, porque quería escribir cierta escena que era la que había dado germen a su nueva novela. Tenía el título pensado y hasta visualizaba la portada. ¿Entonces? ¿Por qué era mediados de noviembre y no tenía protagonista?

Dejó escapar un suspiro y dejó el bolígrafo sobre el papel. Con ambas manos atrapó la taza de té, para calentarse un poco. En ese instante, en el vacío local que hacía de bar y restaurante de comida rápida por horas, entró un chico. No, se corrigió, era una chica. Se dio cuenta al verla girar al buscar un asiento libre. Por alguna razón no podía dejar de observarla. Tenía algo que irradiaba carisma. Quizá era su pelo, cortado de forma totalmente desigual: rapado por un lado y teñido de negro, y el otro lado larguísimo, recogido en una trenza multicolor imitando al arco iris. El carmín de sus labios era rojo en su labio inferior y negro en el superior. Su vestimenta no concordaba con el aspecto de su rostro. Llevaba un elegante traje de pantalón de oficina, como si hubiera salido de una reunión empresarial. Y llevaba zapatillas de deporte lilas. La chica en cuestión le sonrió al sentarse en la mesa de enfrente, mientras recolocaba su cazadora de plumas en el asiento. No podía quitarle la vista de encima. ¿Quién era? ¿A qué se dedicaba? ¿Cómo se llamaba? ¿De dónde había salido esa chica? De pronto, sus dedos empezaron a moverse solos. No podía parar. Y se dio cuenta, una hora después, que la misteriosa mujer ya no estaba en el local. Y ella tenía una hoja de anotaciones rápidas, confusas, e incluso hasta un diseño esquemático de Enea. La protagonista de su nueva novela acababa de nacer… La escritora sonrió, satisfecha.

Dio un mordisco a su donut solitario. Definitivamente, debía salir de su zona de confort más a menudo”.